Si el burro español quuiere algo denso


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Posted by El borrico dice que se documenta. Pero en la chismografía de marchantas de las farT on April 07, 19102 at 19:04:49:

Con respecto a la relación entre violencia y derecho, habría que tener en cuenta los trabajos de Iván Orozco sobre combatientes, rebeldes y territorios , junto con la aproximación de Germán Palacio al concepto de paraestado . También habría que recordar los análisis de Gabriel Gómez y Rodrigo Uprimny sobre las relaciones entre justicia y violencia. Precisamente, la diferenciación entre delincuente político y común ha sido objeto de una dura crítica por parte de Mauricio Rubio : según él, la evidencia empírica contradice las dos premisas de los partidarios de una salida negociada al conflicto, que conciben a los insurgentes como bandidos sociales que actúan como actores colectivos, determinados por condiciones estructurales objetivas y opuestos a los organismos del Estado, instrumentos esenciales de los grupos dominantes. Así, la realidad encontrada no muestra a los actores armados como modernos Robin Hoods, con motivaciones altruistas, amplio respaldo popular, una honda adhesión política, una acentuada movilidad y cierto carácter telúrico (una relación cercana con un territorio y una población determinada), sino con conductas muy semejantes a las del delincuente común. Señala que el apoyo económico del campesino a las guerrillas dista de ser voluntario, las relaciones amigables con las comunidades campesinas son escasas, el manejo clientelista de los recursos públicos por parte de la guerrilla no se diferencia del de los políticos tradicionales sino por su carácter armado . Peor aún, el recurso al secuestro o al impuesto sobre el narcocultivo hacen bastante irreal la distinción entre delincuentes comunes y políticos. Rubio señala la necesidad de combinar los análisis basados con la teoría de la escogencia natural de los individuos, que responden a intereses individuales, con la visión sociológica del mundo, que respondería a las llamadas causas objetivas de la violencia. Esta combinación se vería reforzada por la evidencia empírica que muestra claramente como el delito común y el delito político- que se financia con el primero- se complementan y refuerzan mutuamente.

Para acercarse al tema de las relaciones de la violencia con el narcocultivo, hay que tener en cuenta el trabajo de Jaime Eduardo Jaramillo, Fernando Cubides y Leonidas Mora , que muestran las interrelaciones entre colonización campesina, coca y guerrilla, y los trabajos del CINEP, realizados por Ricardo Vargas y Jackeline Barragán. Es interesante señalar la manera como Francisco Thoumi relaciona los problemas de la violencia y el narcotráfico con el estilo de desarrollo del Estado colombiano y su crisis de legitimidad. Sobre las relaciones entre problema agrario y violencia, del narcotráfico o no, se pueden consultar también los análisis de Alejandro Reyes Posada. También se pueden consultar los trabajos de José Jairo González sobre la Amazonia .

Sobre el desarrollo de la guerrilla, hay que destacar los esfuerzos de Eduardo Pizarro para la historia del origen de las FARC y sobre su carácter insurgente que no conduce a la revolución . En ese sentido, también el libro de José Jairo González, antes citado, sobre las repúblicas independientes en el Sumapaz arroja luces sobre el origen de las FARC. También es interesante el estudio antropológico, que mencionábamos inicialmente, de María Victoria Uribe sobre el regreso del EPL a la vida civil, con una marcada insistencia sobre la subcultura guerrillera, la mentalidad y el origen de los combatientes, sus motivaciones para la lucha, sus vivencias de desarraigo y reinserción. En ese sentido son útiles los libros de Arturo Alape sobre Tirofijo , los relatos de Alfredo Molano sobre personajes ligados a la violencia , los libros de Darío Villamizar sobre el M-19 y las narraciones de algunos antiguos militantes sobre algunas de sus respectivas organizaciones: por ejemplo, los trabajos de Alvaro Villarraga y Nelson Plazas , y Fabiola Calvo sobre el EPL.

Más recientemente, han surgido algunos estudios más o menos críticos de los trabajos realizados sobre la violencia, que piden mayor rigor teórico y más respaldo empírico en contra de cierto facilismo que se lanza a ser especulaciones deductivas sin mucha base en los hechos. Algunos intentos de buscar datos estadísticos para ir creando series periódicas, como los trabajos de Camilo Echandía y Fernando Gaitán, han sido importantes. Lo mismo que ciertas precisiones teóricas e históricas, y contrastaciones factuales contra algunas afirmaciones un tanto superficiales, hechas por el mismo Fernando Gaitán, Malcom Deas y Jesús Alberto Bejarano, ayudan a clarificar el tema.

Sin embargo, curiosamente estos autores no se distancian tanto como creen de los autores criticados. Así, Malcom Deas hace un recorrido por la historia colombiana para mostrar que Colombia no siempre ha sido tan violenta como es ahora y que es realmente poco lo que sabemos sobre el tema. Además, reivindica el carácter esencialmente político de la violencia política, que considera irreductible a otras categorías económicas, sociales y culturales. Y subraya algo que generalmente se pasa por alto : se trata de una violencia política que busca el poder en los lugares donde el Estado apenas si puede reclamar el monopolio de la fuerza, por lo que la lucha no se da siempre contra el Estado sino contra otros rivales. Esta afirmación está reforzada por la idea de poca deferencia de la población frente a la autoridad y de debilidad de las instituciones. Ambas ideas están muy relacionadas con los enfoques centrados en la llamada precariedad del Estado.

Por su parte, Fernando Gaitán Daza hace un recorrido por las diferentes teorías internacionales y nacionales sobre la violencia colombiana, señalando las incongruencias de algunas de ellas con la información factual e intentando construir una importante serie estadística sobre la violencia. Finalmente concluye que los colombianos no somos esencialmente violentos sino que el tipo de instituciones políticas y judiciales, junto con la organización política del país facilita la violencia : la referencia a los quiebres institucionales producidos con los cambios de gobierno lo acerca a Oquist y Hartlyn . La insistencia en la necesidad de combinar los análisis de las condiciones regionales y locales de áreas de conflicto con el análisis de la crisis nacional lo acerca bastante al enfoque de los trabajos del CINEP. Particularmente valioso es el aporte de Gaitán para descartar la fácil asociación directa que se suele hacer entre pobreza y violencia y apuntar hacia la dirección más correcta, que sería asociar la violencia al aumento rápido y desigual de la riqueza en determinadas áreas, donde es visible el contraste entre pobres y nuevos ricos, y escaso el control estatal. Este enfoque, cercano al de Bejarano, no se distancia tampoco del enfoque relativo al tipo de presencia de las autoridades estatales en el nivel local. También son útiles las recomendaciones de Gaitán sobre la necesidad de profundizar en el análisis sociológico, antropológico y psicológico de los grupos guerrilleros y paramilitares, de los funcionarios de justicia, miembros de la fuerza pública y de personas involucradas en el narcotráfico.

La idea de la relación entre nueva riqueza y violencia es central en los trabajos de Jesús Antonio Bejarano : según él, la causa de la violencia no es ni la pobreza en sí misma (la violencia aumenta con la riqueza) ni la ausencia del Estado en sí misma, sino la rápida expansión económica de ciertas regiones, que va más allá de la capacidad del Estado para hacer presencia en ellas. Esto reflejaría la pérdida del monopolio de la coerción legítima del Estado y la incapacidad de la sociedad y de las instituciones judiciales para solucionar civilizadamente los conflictos. Estos planteamientos son bastante cercanos a los acercamientos en torno a la precariedad del Estado y a la inexistencia de un espacio público de resolución de conflictos, que ponen el problema tanto en el Estado como en la sociedad.

También son importantes las precisiones de Bejarano en torno a la evolución del movimiento guerrillero, ya que muchos de los análisis se quedan en el momento fundacional de los grupos rebeldes y prescinden de su posterior evolución. Así, señala que los movimientos guerrilleros ya no se concentran exclusivamente en las zonas de colonización más o menos marginal donde se originaron, sino que se han venido expandiendo hacia a zonas más ricas, dedicadas a la agricultura comercial, ganadería, explotación petrolera o aurífera, y a zonas fronterizas o costeras, que le permiten acceder a recursos del contrabando. Por lo demás, este cambio de áreas hace que la guerrilla sea menos societaria, menos ligada a las bases sociales y más militarista. Así, las guerrillas de las FARC busca hoy apoyarse en los sectores no asimilados en las economías del oro, petróleo, banano, palma africana, coca y amapola, donde se produce un rápido crecimiento económico, sin


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